El jefe Leo

¿Así que tienes un jefe Leo y ya hace más de un año que trabajas con él? ¿De veras? Pues debes de ser muy buen oyente.
Probablemente, tu jefe Leo tendrá la sensación de que los impuestos, las disposiciones gubernamentales y las normas sindicales son todos fruto de una conspiración personal en contra de él, pero que él podría deshacerse fácilmente de todo eso. La mayoría de los Leones son excelentes organizadores, y absolutamente geniales cuando se trata de delegar autoridad. Su manera de resolver estas situaciones enojosas consiste en dirigirse a ti y dictarte, con grandes floreos, algunas frases sonoras sobre el problema en general, para después, con un regio gesto de la mano y una sonrisa radiante, decirte vagamente que te bases en eso.
Además, es probable que añada que le gustaría tener lo antes posible sobre su escritorio el informe terminado. “No corre mucha prisa, pero lo necesito para mañana antes de mediodía” te dirá. A Leo no le gustan los detalles. Prefiere pintar el cuadro en grandes pinceladas, y dejar que de las minucias, tales como cifras y estadísticas, te ocupes tú.
El ejemplo clásico de jefe Leo es uno que yo conozco, que llamo a su secretaria para dictarle la respuesta que había preparado para un cliente muy importante. “Decidió ya lo que quiere decirle?”, preguntó inocentemente la chica, con su cuaderno de taquigrafía abierto y el lápiz bien afilado. “Si, claro –sonrió su jefe–. Dile que quizá ¿Entendido? “Quizá. De los detalles ocúpate tú.” Tras impartirle tan luminosas instrucciones, se fue alegremente a agasajar a un grupo de personas en un restaurante de categoría, siguió con un partidito de golf y volvió a la oficina alrededor de las cinco de la tarde, preguntando si la carta estaba lista. Lo estaba. (La secretaria era Virgo.) Después de leerla con solemne aprobación, Leo tomó el teléfono y le comentó la carta a un colega. A través de la puerta del despacho, sus palabras llegaron a oídos de la sufrida secretaria. “¿Que te parece? –decía su jefe al interlocutor–. Creo que he hecho un excelente resumen de la situación y he dejado bien en claro cual es nuestra posición, ¿no crees? Claro que yo siempre he tenido facilidad de expresión. Mi mujer siempre me dice que yo tenía que haber sido escritor”, concluía modestamente.
Tal vez éste sea un caso extremo, pero si tienes un jefe Leo típico, encontrarás siempre en el aire ecos de actitudes similares. Si le ofreces ideas originales, estará encantado contigo. A los ejecutivos de agosto les encantan los empleados que hacen aportaciones creativas a la empresa. Pero prepárate para verle sonreír como el gato de Cheshire al día siguiente, mientras organiza el plan que tu le dijiste la noche anterior, encabezándolo con este increíble comentario: “Es una de las mejores ideas que he tenido jamás”. Y cree sinceramente que a él se le ocurrió primero. En serio. Claro que tú acicateaste su imaginación, y por eso te considera tan valioso. Pero la idea fue de él, no lo olvides.
De vez en cuando, tu jefe Leo puede parecerte un tanto desagradecido. Es probable que arroje sobre tu escritorio una enorme pila de cartas, porque a él le aburre leerlas, o le fastidia. Y a la mañana siguiente, cuando tú estés con los ojos hinchados por haberte quedado hasta medianoche para terminar con aquel trabajo extra, sacudirá con aire de desaprobación la leonina melena y, mascullando una crítica sobre el desorden de tu escritorio, se meterá en su suntuosa guarida. Porque, eso si, es casi seguro que su despacho privado estará puesto por todo lo alto: con luz indirecta, música, flores, sofá con almohadones de plumas y escritorio de madera de guindo. Aun cuando su presupuesto sea reducido, será raro que encuentres a Leo rodeado de un mobiliario hecho de cajones de fruta mirando por una ventana sin cortinas. Cubrirá, además, las paredes con excelentes reproducciones de obras famosas, o con fotos en las que el mismo aparece en compañía de importantes personalidades. Cualquier diploma o certificado que tenga, pulcramente enmarcado, estará colgado en un lugar bien visible.
Otro jefe Leo que conozco tenía una empleada que trabajo horas extras todas las noches, y todo el día los sábados y los domingos, durante los tres meses que dedicaron a una promoción especial. También colaboró moviendo pesados archivadores, empaquetando enormes cajas de mercancías y cambiando cada dos días las botellas de agua de la nevera. Además, se dejó un hueco para hacer las compras de Navidad a su jefe y limpiarle el escritorio una vez por semana. Una hermosa mañana de sol lo oyó cantar sus alabanzas de ella al presidente de la empresa. “Hester es realmente una alhaja. No se que haría yo sin ella. Es fantástica esa chica, aunque un poco haragana. Claro que no se puede encontrar todo en una sola persona.
¿Piensas que Hester se despidió sin más trámites? Pues yo diría que no. ¿Por que iba a molestarse por semejante tontería? Hester es una chica despierta, y sabe que los esfuerzos de cualquiera parecen insuficientes si se los compara con la fabulosa vitalidad de su jefe (entre una y otra siestecita de las que se echa todos los días en el diván tapizado en terciopelo de su despacho privado). ¿Por que renunciar a un jefe que nunca deja de admirar su vestido nuevo? No es fácil presentarle la renuncia a un hombre que para su cumpleaños le regaló un brazalete de topacios, un juego de cristal de Waterford para su ajuar, y que entendió tan bien que el color de su máquina de escribir la pusiera nerviosa.

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